La Cuarta trienal poligráfica de San Juan en palabras de sus curadores “Busca examinar los desplazamientos e hibridaciones formales, metodológicos y conceptuales de la imagen gráfica a través de diferentes campos, medios, trasfondos y sentidos”. Un ejercicio puramente formal, pobremente formalista, sin más. No hay esfuerzo -tampoco se le puede exigir al visitante- la posibilidad de categorizar que al menos mostraría algún tipo de ejercicio se abandona desde el principio al entender que nos encontramos ante lo que el texto de sala califica de “tsunami visual”.
En medio de una crisis de deuda sin precedentes en la que los bonistas tienen prioridad sobre la prestación de servicios públicos abriendo aun más una yaga que lleva sin cerrarse desde 1898, el programa de la 4º trienal intenta explicar la expansión de la gráfica, desde la perspectiva de artistas latinoamericanos y caribeños pues ese es el subtítulo de la Trienal. Resulta difícil como podrá encajar esta reducción apriorística un curador cuando habla de la expansión de la gráfica en un mundo globalizado. Tres años de trabajo en los que no hay ni por asomo una mínima comprensión del contexto insular, ningún tipo de interés por explicar la esquizofrenia en la que vive la sociedad puerto riqueña ni la complejidad social, ni cultural, en la que se desarrolla la vida de quienes viven en la Isla o quienes se han ido. Resulta paradójico un trabajo como el de Fernando Bryce sobre el Perú de los años 40 y el silencio absoluto sobre el Puerto Rico de la misma década. El recorrido por el Arsenal comienza con un trabajo el de Amalia Pica, que habla sobre la represión educativa durante la dictadura argentina, no hay por contra ningún trabajo que mencione al estado de eufemismo perpetuo con el que se explica la historia de la Isla especialmente durante los años 40. Las trienales, las bienales no deberían ni pueden dar respuesta a situaciones inminentes, pero si son una oportunidad para desmenuzar de forma colectiva realidades sobrevenidas, heredadas. Hace poco Chris Dercon durante un viaje de una semana a Canarias decía que no tienen sentido las bienales en territorios como Tenerife, hagámoslo extensible a Puerto Rico. Pero quizá lo que no parece tener sentido es adoptar discursos ajenos que agotan recursos escasos sin ninguna posibilidad de entrelazarse con el tejido existente. El problema no es el formato, el problema es la intención o la falta de ella. Ese espíritu criollo que nos obliga una y otra vez a probar nuestro cosmopolitismo sin ser capaces de incidir de alguna forma en nuestra propia realidad y que adaptamos una y otra vez a la mirada foránea para diferenciarnos de esa masa que no es otra que los que habitan con nosotros estas balsas de piedras.